La integración de las economías de todo el mundo suponen el nacimiento de un nuevo orden mundial liderado por China, un país que vió iniciada su actividad social en el maoísmo, una versión no oficial del pensamiento marxista, según devotos de éste último.
Siguiendo la lógica en la que se fundó China, hoy en día viene a ser un símbolo para las corrientes gubernamentales que se contraponen al régimen del Tío Sam. Básicamente, esa oposición tan rigurosa está inspirada en la determinación nacionalista de sus líderes que le han permitido segregar e imponer sus contratos sociales por medio del miedo, la censura y la desinformación.
Una suerte de Mao Tse Tung se encuentra latente en los gobernantes chinos que disfrutan de la abundancia económica producto de la explotación a obreros dentro de las fábricas, en donde las leyes laborales no encuentran una salida constitucional. Derrepente, la filosofía marxista solo ha servido para incentivar la "dictadura industrial nacionalista" (ó como algunos prefieren llamar: Revolucion Proletaria China), la misma y curiosa revolución que profesa el capital nacional que ante la cuantiosa población china, fomenta la mano de obra barata, con la que se produce una reducción de costos progresiva e insólita.
Por esa razón, observamos artículos chinos a menor precio en todo el mundo, incluso, despues de haber sobrepasado rigurosas políticas arancelarias que pronto serán omitidas por los tratados neoliberales que se estarán desarrollando entre nuestros gobernantes, los mismos que son dueños del don de la hipocresía, don que por supuesto goza de notoriedad al momento de hacer frente a los delitos de libertad de expresión y explotación obrera perpetrados por el gobierno chino; para ello, nuestros gobernantes, no hacen sino sonreír para quedar acomodados a los intereses de un Tratado de Libre Comercio que exige el silencio pasmoso y la no crítica para su ratificación.
Alan García, ferviente defensor del sistema democrático, se esconde al momento de declarar su postura sobre el genocidio a los pobladores del Tíbet en manos de los chinos, así mismo, por la violencia intelectual que desprende censura a quienes no apoyan al régimen fascista oriental. Pero somos testigos de su espada y de su actitud al momento de declarar en contra de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa cuando se proponen a nacionalizar alguna petrolera o a intervenir en un canal de televisión. Entonces, la actividad política no es más que un juego de palabras que se confunden en protagonismos y antagonismos que a conveniencias, se van desarrollando sin nigun medio de comunicación sincero que les haga cobertura y los denuncie.
Por lo mismo, quienes osarán en gritar o hacer apología a la Revolución Proletaria China, serán los mismos que nunca han participado de las extensas 16 horas de trabajo a las que se ven sometidos los obreros orientales; porque la revolución es para aquellos que desde sus escritorios fornican con la ignorancia, el conformismo o la ceguera producida por el peso del uniforme partidarista del socialismo y el proletariado; y es justamente ahí, en donde yace el color rojo que hace memoria a la sangre derramada de los obreros que ellos mismos explotan.
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