Existen, a mi parecer, diferencias de grado en cuanto actitudes, formas de ver el mundo, y todo ese universo mental que la misma psicología suele encasillar bajo ropajes demasiado académicos y exclusivistas. Aquí, las generalizaciones tienen que quedar de lado; pero es interesante tomar como medida lo referente al tema de la sexualidad y la maternidad; que parte justamente de lo biológico -natural e incuestionable- y que recalará en actitudes psicológicas y sociales mucho más sinceras. Las mismas que son influenciadas -no necesariamente determinadas- por factores culturales que tienen que ver con la historia de los pueblos y comunidades. Esto genera distintas maneras de concebir el mundo, distintas predisposiciones y distintas -y múltiples- posibilidades. Esta diferencia tenemos que defenderla y saber apreciarla en toda su magnitud. Esto por parte de mujeres y de hombres, indistintamente.
Pero la prevalencia de algún género sobre otro y la segregación, es decir, establecer tanto una diferencia como una jerarquía entre mujeres y hombres, es inadmisible. Es preciso distinguir la discriminación de la segregación. A pesar de toda la carga negativa que lleva la palabra discriminación, no es tan condenable como pudiera verse a simple vista porque sólamente establece parámetros de diferencia. Discriminar es escoger entre posibilidades, segregar es lo nocivo porque no sólo escoges sino que graduas y estableces inferioridades y superioridades. Por lo demás, no se trata sólo de una corrección o un mero ejercicio linguístico, establecer o valorar una diferencia -ya tangible y demostrable entre individuos, por ejemplo- nos permite poner en ejercicio la tolerancia y el aprecio a la diversidad. Estos conceptos guardan relación directa con aquella búsqueda de la libertad de las y los anarquistas. Para nosotrxs, la riqueza de estos nobles principios reside en la salvaguarda de las relaciones antiautoritarias y allí notamos que el machismo y el sexismo se filtran incluso dentro de organizaciones libertarias y en las mismas relaciones.
Retomando lo anteriormente dicho, me parece que merece especial atención la distinción entre mujeres y hombres con respecto a su sexualidad. Carla Lonzi, una compañera italiana del colectivo italiano "Revuelta femenina", hace distinciones muy valiosas y atinadas en relación a la mujer y los interesados planteamientos de izquierda con respecto a la impostación de la mujer y lo que se pretendía de su participación en la política y la revolución en obras como La mujer clitórica y la mujer vaginal y Escupamos sobre Hegel. Para empezar, aborda el tema, justamente, a partir de la sexualidad. En el plano sexual, la posibilidad de conseguir orgasmos para una mujer es múltiple y mucho más rica que, por ejemplo, un hombre. Esta riqueza de probabilidades de placer, esta confortable diversidad orgánica difiere de lo monotemático y unidireccional del orgasmo masculino a través del pene. A partir de ahí, la mujer vaginal se muestra como una mujer sometida a los designios de placer del hombre, requiere del pene para su placer personal, ignorando o soslayando que es infinítamente mucho más placentero el orgasmo clitórico. La mujer clitórica se presenta, entonces, como una mujer en búsqueda de una emancipación, de una libertad, de un reconocimiento íntimo como mujer e individuo. Por ello, me parece que la búsqueda de autonomía y libertad de la mujer reposa, principalmente, en el autoreconocimiento de estos aspectos tan íntimos de ella y de los seres humanos y de allí se proyectan hacia afuera, hacia una participación efectiva y concreta en espacios libertarios. Justamente, las principales reivindicaciones de organizaciones libertarias de mujeres (sobre todo en España) fueron tomando como eje a los liberatorios de la prostitución, a la problemática del aborto y a muchos aspectos que hacen referencia a la diferencia sexual y a problemas específicos, íntimos y particulares de las mujeres.
De allí que, abordando críticamente este asunto y desde una perspectiva libertaria, muchas compañeras en los inicios de su participación en colectivos y organizaciones libertarias en Perú (como en otras partes del mundo) fueron tratadas con desdén y las relegaron a tareas menores. Precisamente por abordar sus problemáticas, desde una perspectiva particular y distinta, y no sentirse identificadas plenamente con las estructuras sindicales, muchas veces de por sí excluyentes.
Con la caída y la dispersión del movimiento anarcosindicalista, las y los militantes recayeron en organizaciones de izquierda, en el APRA y en organizaciones feministas autónomas. Lo endeble y esporádico de las nuevas organizaciones y colectivos libertarios en años posteriores, junto a la feroz persecución y represión de varios gobiernos, auyentaron a compañeros y particularmente a compañeras, quienes debían afrontar no sólo la culpabilidad de ser anarquistas sino también de ser mujeres. La Sociedad Patriarcal y la mediación del discurso de la publicidad y la comunicación afianzaron ya mecanismos de sumisión inconscientes dentro de muchas mujeres, siendo muy perjudicadas nuestras compañeras, quienes, muchas veces, tenían que luchar frente a poderes económicos y a los de casa. Aquellas valientes mujeres libertarias que hacía mucho tiempo denunciaron la violencia hacia las mujeres, existente entre las mismas parejas obreras, y que escribían sobre moral, sexualidad, libertad, igualdad de deberes y derechos, acentuando siempre, tanto su condición específica de mujer como su condición de individuos -a diferencia de los varones libertarios que insistían siempre en relievar sólo su calidad de madres, esposas e hijas- habían ya desaparecido.
Ahora, mucho tiempo ha corrido sobre los calendarios, nuevos compañeros y compañeras; y noto, aún, una soberbia patriarcal general infiltrada en mucha gente (mujeres y hombres) involucrada con la anarquía y ya definidas o definidos como tal. ¿Cómo se expresa esto? En el lenguaje, en las relaciones, en las actitudes, en la cotidianidad, y largos etcéteras. Lo que se nota es que esto no sólo se circunscribe al territorio llamado Perú, sino que trasciende más allá, y ya hay experiencias en ese sentido. Alguna vez, un compañero de un colectivo frente a la interrogación acerca de la poca o nula participación de mujeres en su colectivo y en otros, nos dijo, muy alegremente: "Con minitas no se puede trabajar, pasa que después se enamoran y abandonan..."; también, alguna vez he escuchado: "Las mujeres no saben trabajar en equipo", o que “sólo sirven para logística”, recordándonos que el ánimo de segregación en ambientes supuestamente libertarios muchas veces no cambia. Los errores no se superan y caemos en excusas tontas y en ridículos reclamos. Ni hablar de esos que rondan ambientes libertarios, buscando sólo pareja de ocasión; o de aquellos que se agrupan y hacen sus reuniones “libertarias” con sus mujeres o compañeras, con el importante y sumiso papel de servidoras de comida...
Lo importante y relevante, ahora, es asumir autocríticamente el asunto, como libertarios, como compañeros y como hombres, es decir, cómo entablamos nuestras relaciones, cómo somos y cómo nos mostramos, cómo nos aperturamos frente a las compañeras que ya trabajan con nosotros o que próximamente lo harán. Suena pertinente subrayar una lucha antisexista tan válida como las múltiples luchas existentes, tomando en cuenta que toca valorar a nuestras compañeras tanto como a nuestros compañeros, pero tolerando y dando cabida a la diferencia entre individuos y matices de diferencia. Añorar y apreciar, entonces, lo distinto frente a lo uni-forme y lo autoritario, relacionarnos de manera diferente sin oposiciones exclusivistas de clase, de género u otras, es aprender de los errores.
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